"y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos"



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Me he convertido en piedra. No sabría decirte cuando sucedió, y creo que tampoco sabría decirte cuando conseguí darme cuenta. Pero lo soy, me he convertido en piedra.

Ahora no soy más que un atisbo del muro que levanté hace tiempo y que esperaba la furia de las olas con disciplina. Ahora no soy yo. Soy sólo piedra.
Pasé de ser gris a ser perla nacarada, en contra de todo pronóstico. Ahora me reviste un halo de calma y aun así no estoy conforme. Me duele. Me pica.

Me duele ser yo, no todo lo demás. Por eso soy piedra. Porque no siento los golpes de fuera. No siento el viento ni siento la sal perforando mi caparazón y ensuciando mis entrañas. Sólo siento dentro, me siento a mí, y me duelo.

La perla del mercader


Echaba de menos sus pequeñas joyas. Hundía la mano en el cajón, entre los pañuelos de seda y no podría evitar notar la ausencia. Había hecho hueco. Había dado pie al olvido, le había abierto la puerta al adiós. Había hecho todo aquello que los expertos se afanaban por negar. No tomar grandes decisiones, no hacer grandes cambios, no vender la casa, no mudarse, no cortarse el pelo, no renovar una nueva identidad, no inventar una nueva vida.

Pero ella no era mujer de medias tintas, las mitades le sabían a poco. No sabía compartir, ni compartirse. Así que lo hizo. Dejó la taza sobre la mesa, miró la fotografía y dijo adiós.

No podía evitar pensar si había hecho bien, si ella no era una experta en grandes cataclismos ni en los “se debe/ no se debe” postraumáticos. Pensó que tampoco se necesitaba una carrera ni hacerse llamar profesional para poder dar consejos sobre el tema, pero qué demonios, no conocía a nadie que alguna vez hubiera sido capaz de seguir un buen consejo.

Rodeó la habitación con la mirada, las paredes blancas, olor a perla. Magnolias sobre el jarrón y el agua clara, bebió el Vodka de su copa, saboreó la aceituna y la mordió con fuerza. Notó el sabor explotar en su boca, le gustó la sensación de  masticar con crudeza, sin miramientos, querría ese poder para el resto de vida.

Acarició el papel de las paredes, nacarado, con toques de luz, eligió esa casa por los ventanales. La luz bañaba su rostro y jugaba con los reflejos de su pelo. Rojo, rojo pasión. Vino. Sangre.

Los muebles de estilo veneciano se amontonaban sobre el silencio. Los flecos de los sillones dibujaban sombras inquietas tintineantes bajo la luz del medio día. Los cojines olían a perfume, esponjosos y cálidos. Descanso.

El aroma a lilas embriagaba sus ideas. El tacto del algodón recorría sus sentidos. Caminó lentamente dejando que el canto de la nada acariciara sus sentidos. Paz, sentía paz, cerraba los ojos y veía luz, blanco, claridad, suave, nada, sin ideas, sin ira, solo armonía, tranquilidad, el bienestar que su cerebro le pedía a gritos entre tazas de café y vestidos de traje. Podía notar el pañuelo de su cuello ondear bajo la suave brisa que se colaba bajo el blanco de la puerta. Podía saborear la calma, los músculos de su cara dibujaban afables una sonrisa, muy despacio, paladeando el momento, despacio, despacito. Entendió por fin que eso, esa sensación, esa calma que precede a la tempestad, eso que hay antes que el miedo, eso que hay antes de que el pavor inunde tu mente y recorra tu espalda, eso, esa calma, eso blanco, ese momento, eso era la felicidad. Se sintió vacía, tan vacía que perdió sus sentimientos, lo había perdido todo, no era nada. Vacía. Estaba vacía. Y por fin podía volver a llenarse.

Temblores


Cómo te explico que creo haber puesto en peligro el mundo que aun no conocemos, que el miedo me agarra fuerte de los tobillos y me hunde poco a poco en la vergüenza del temblor que he creado sin querer, que poquito a poco se derrumban las esperanzas de las estanterías que colocaste a base de ilusiones y que me dejaste llenar con deseos encuadernados de estrés y futuro a tapa dura, para conservar el molde y evitar que el paso del tiempo corroa a musgo lento las letras que quisiste escribirme cuando la distancia dormía entre nosotros.
Cómo te explico que no entiendo cómo he podido desestabilizar las raíces de algo que ni siquiera tenía un nombre, de algo que se alimentaba de nuestras entrañas y del deseo de compartirnos lentamente y día a día… cómo te pido perdón por algo que he creado sin más, de la nada, de la nada a la que temo se convierta nuestro todo.

Cómo te digo que no me lo merezco, que eso no soy yo... que ahora no sé quién soy, y no sé qué tengo. Pero sé lo que quiero, y lo quiero contigo.

Quiero todo lo que me ofreces.

I know that spitting is a bad habit, but i can't help the taste...

I know that spitting is a bad habit, but i can't help the taste...

Que yo soy de leer cosas raras, y de escribir cosas aun peores...


Tú dices... yo imagino

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