"Pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido"



Ya no sabía seguir.

Llevaba atascada entre ruedas de hojalata hace ya mucho tiempo. Por lo menos eso era lo que ella creía, la espera la malgastaba en horas y la sensación térmica rozaba años contados en inviernos.

No veía salida posible, y el incesante claxon de su interior se le clavaba en el tímpano perforando la idea sólida que había creado a partir de cuentos e historias.

La calle estaba cortada, por obras decía el cartel. Ella se imaginaba que siempre que había un atasco algo horrible debía haber ocurrido. No entendía que pudiera montarse tanto barullo sólo a causa de una muy mala organización. Imaginó la calle como un día a día, caras extrañas que nunca se paraban a mirarle mientras ella las escudriñaba con disimulo a través del cristal de su curiosidad. Le gustaba sentarse sola, mientras sus pies buscaban un resquicio de Sol sobre la acera y sus labios saboreaban el sabor del té. Siempre le gustó amargo, por eso de no sentirse demasiado feliz y no ser capaz de soportarlo.

Pensaba si la gente que veía sonreía por dentro. Si era feliz. Siempre tuvo la idea de que era capaz de meterse en la mente de los demás y adivinar sus pensamientos sólo por la forma en la que balanceaban sus brazos al andar. No le gustaban los que hacían aspavientos, pensaba que ocultaban algo, como si necesitaran mostrarle al mundo su dinamismo para hacer ver que se sentían llenos y que vaciaban su felicidad a través de las ondeadas de sus brazos, como repartiendo seguridad entre el mundo, como si el mundo necesitara algo de ellos.

 Ella desconfiaba, y aprovechaba  para dar un gran sorbo de té.

En cambio los que caminaban con los brazos pegados al cuerpo le despertaban más simpatía, como si escondieran bien dentro algún secreto que no quisieran mostrar, como si crearan una especie de armazón de músculos y nervios que les separaba del universo evitando así mostrar cualquier tipo de sentimiento. Sin sospechas, no hay preguntas.

Ella sonreía, y aprovechaba para estirar los dedos de los pies. ¿Cómo andaba ella? Erguida. Dispuesta a todo, sin dar lugar a nada.

Sentía el peso de su cuerpo, se retorció sobre el asiento. Bajó la ventanilla y asomó la cabeza con delicadeza, buscaba una bici retorcida, humo saliendo del capó o quizás un muerto. Pero sólo encontró hileras de cláxones que juzgaban furiosos la incompetencia de alguna señal de tráfico que se tomaba la libertad de elegir sus caminos.

Volvió a meter la cabeza dentro del coche. Busco en el mp3 su canción favorita y la conectó a la radio... quizás así podría abstraerse y dejar pasar el tiempo hasta que algo más fuerte que ella la empujara por detrás y le hiciera avanzar.

Nada, nada. Su canción favorita y nada. Es una pena cuando el tiempo hace que te acostumbres tanto a una cosa que ya no le encuentras el placer que un día hizo estremecerte. Tenía música nueva, la había metido en el mp3 hacía tiempo, pero no la escuchaba, ¿por qué? Quizás porque cuando escuchaba la canción, y no se la sabía, se sentía incomoda e insegura, como si no pudiera seguir el ritmo, y eso le hacía sentir inútil, así que volvía a las viejas carpetas, ponía las canciones de siempre y cantaba bien alto para olvidar lo mal que eso le hacía sentir.

Pensaba en una canción con ritmo, algo que le hiciera coger energías cuando se fijó en que alguien la miraba desde el ventanal de una cafetería, sorbiendo una gran taza de té.
 Una chica, de unos diez años más joven que ella. Y la vio, vio en su cara la expresión que se dibuja en el rostro cuando mirando a alguien  piensas… y esta persona, ¿será feliz?

Giró la cabeza de repente, subió las ventanillas y empezó a presionar frenéticamente el claxon uniéndose al caos del mundo.

Fue como dejar correr el viento y sólo empezar a escribir.


Fue como uno de esos orgasmos intelectuales que sobrevienen sin más tras encontrar la respuesta correcta a una pregunta banal, como un ir y venir de sacudidas sin control que azotan las velas de los desventurados que creen hallar sirenas en los confines del universo de tierras sin fin. Fue como morder el rojo del veneno que atraganta de placer  la tráquea e inunda de fe los pulmones, provocando una respiración profunda que expulsa al Vacío esencias  de colores e infesta los prados con el rugir de la Entelequia. Fue como el dolor de los huesos que temen no llegar a tiempo y perderse la inquietud de unos ojos que anhelan un reencuentro enmarcado en un pasado de imaginación y mentiras que desbordan la agonía por no encontrar un grito que ilumine el cielo deteniendo el pasar de los segundos y aclarando una noche entelada de estrellas que arropan con mimo intereses desmedidos de estómagos que se cierran ante la imagen de un deseo que se convierte en un sentido y que, POR FIN,  te hace sentir.  

Fue como dejar correr el viento y sólo empezar a escribir.

Dice que sólo así sabe explicar lo que siente cuando un buen momento roza su piel. De esos se tienen pocos, pero se tienen. Sólo hay que dejarse llevar y sentirlos.


Sólo hay que dejarse llevar.

Detrás del Miedo, está la Libertad


Foto: Pequena Suricata

Vivía en una pecera de cristal viendo pasar su vida. Dejando oxigenar su sangre con el vaivén de las olas que generaba su parsimonia. Vivía quieta, esperando que aquel circo de maravillas del que había oído hablar llegara a su ciudad. Imaginaba la curiosidad hondeando bajo el ala de la imaginación y decorando con gusto el sentimiento por una vida llena de sobresaltos y sorpresas. Bautizó los colores de su mente con sinfonías de sonrisas y gritos de asombro, mientras acariciaba lentamente la suavidad de un tiempo que se congelaba y dejaba de existir bajo la carpa de fantasía que había inventado para poder cobijar  la opulencia y la risa del Mundo.


Vivía quieta frente al escaparate de ilusiones que había creado para poder  ver la vida pasar sin darse cuenta de que era la vida lo que le estaba pasando y ella no  podía dejar de perdérsela por no saber cómo evitar dibujarse en el reflejo del mundo que buscaba.


Le crujieron los deseos de una vida que vivió demasiado rápido



Agarró fuerte el metal con sus dedos y noto el frío deglutir todos sus miedos. La barandilla estaba mojada, levantó una pierna para pasarla por encima y se tambaleó, el miedo volvió, notó la sangre golpeando el interior de sus mejillas y los latidos acelerados de su corazón golpeando su conciencia. Le extrañó aquel miedo a caerse, cuando era eso  lo que había venido a hacer.

Apretó aun más fuerte los dedos alrededor del metal, estaba lleno de robín. Miró sus manos, la escarcha del color rojo de sus uñas le daba un toque más trágico a la escena. Sonrió. 

- No hemos venido aquí a jugar. Adelante.

Apretó fuerte el pie contra el suelo y levantó la otra pierna. Apoyó el muslo derecho sobre la parte vertical de la barandilla, blandió sus brazos, cogió aire, y pasó al otro lado. Aseguró bien los pies en el pequeño alfeizar, un par de centímetros de seguridad que intentaban mantenerla  bien sujeta a la realidad.

- Por qué tienes tanto miedo, esto ya lo hemos hablado antes.

Llovía. Llovía como no había visto nunca partirse el cielo dos. El viento azotó su cara y un mechón de pelo mojado tapó sus ojos. Se tambaleó de nuevo, resbaló y apretó con fuerza  sus manos mientras el pánico hablaba por ella.

- No estoy preparada, ¡ayúdame!

Notó la piel de las palmas de las manos ceder ante el robín, con ella se resquebrajaban las fotografías de los recuerdos que había planeado imaginar en su mente para hacer de la ida un momento menos dramático. Apretó aun más fuerte, clavándose las uñas, no notó el dolor, sólo tenía miedo a no poder decidir su final como no había podido decidir su vida. Entonces pensó que ya había hecho lo más difícil, ir hasta allí sin despedirse de sí misma, y que si el destino le preparaba un final tan burlesco, quién iba a ser ella para retar a la ironía del azar. Intentó soltarse.

- No lo hagas, no es así como lo hemos planeado. Tienes que volver a subir y no dejarte llevar.

Miró hacia abajo y vio el agua removerse, una garganta de ira intentando tragarse su vida, sus recuerdos, y combatiendo contra ella, contra la voz en su cabeza que le pedía no rendirse.

Miró hacia arriba y se vio a si misma tendiéndose la mano para ayudarse a subir.
Extendió un brazo, abrió los dedos y se agarró al frío, no había nada. No había nadie. 

Las gotas salpicaban su cara. La ropa empezaba a resultarle pesada mientras la  oscuridad observaba curiosa como le hablaba al vacio.

- Que más da, al fin y al cabo el final será el mismo. ¿Por qué no me dejas ir?. Y si no me dejas ir, ¿por qué no me ayudas?

- Porque no puedo decidir y actuar por ti cada vez que notes que te falte el aire. Porque no puedo inventar tus decisiones a toda hora, porque no puedo empujarte cada vez que sientas el deseo de saltar.

- Eso es lo que has hecho siempre. Hazlo ahora.

- No.

Rodeó la barra de la barandilla con sus brazos. La escarcha arañaba su piel mientras intentaba colocar los pies en un sitio seguro. Miró hacia abajo y vio el odio del mar comiéndose su esperanza. Apoyó el pie, se impulsó y logró volver a subir. Nunca había sentido tanto frio. Nunca había sentido la adrenalina acariciar sus venas como en ese momento. Pensó por un segundo en disfrutar de esa sensación toda su vida hasta que ella apareció de nuevo.

- No puedes, no lo harás. Si cada vez que quieras sentirte viva tienes que venir a jugar con la muerte llegará un día en el que la venzas y ya nada suponga un reto para ti. Ya no habrá nada que motive tus ilusiones y tu esperanza, no habrá nada por lo que quieras luchar. No tendrás razón para levantarte por las mañanas y correr hasta aquí para ver cómo no eres capaz de decidir si quieres seguir o si quieres acabar con esto. No tendrás razones para sonreírle al miedo y para reírte en la cara de tu inseguridad. No habrá luchas, no habrá sueños, no habrá trofeos, y no me tendrás a mí para ayudarte a decidir.

-Tú no me ayudas – gritó, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y a confundirse con su piel. Expandió sus pulmones, notó congelarse su sangre y gritó:
-Tú no me ayudas, nunca lo has hecho, siempre has decidido por mí, apareciste cuando más te necesitaba, cuando mi mundo era un desastre y no encontraba la salida, apareciste un día, sin más… sabia que llegarías, notaba como luchabas por salir y por hacerte oír mientras la realidad te escondía bajo el disfraz del estrés. Te notaba, sabía que cuando dejara de ser fuerte, cuando dejara de luchar vendrías a por mí, cogerías las riendas de mi vida y las usarías como sogas.  Y apareciste, decías que me ibas a enseñar a ser fuerte mientras que lo único que hacías era apoderarte de mi cerebro, introduciendo tus ideas en él como si fueran raíces que arañan la tierra hasta llegar al fondo y levantar un enorme pedestal de inseguridad y autocontrol. Tú me has convertido en lo que soy, en nada. Te he escuchado durante años, sabía que eras sólo una voz en mi cabeza y mi necesidad te hizo real, y ahora no eres más que otra Yo, otra Yo que está asustada, viendo como me caigo por el puente sin que puedas hacer nada por controlarlo. Eres igual que yo, tienes miedo, miedo  a no ganar y a no controlar todo lo que te has propuesto en mi vida. Eres mis miedos y eres mis inseguridades. Me has machacado hasta hacer de mí un bulto más en la sombra... y ahora ya no sabes hacer nada más...

- Te equivocas, yo no soy como tú, yo no me rendiría nunca, yo soy fuerte, soy poderosa, decido, actúo, planeo… no soy cobarde, soy astuta y eso me hace ser diferente a ti.

El cielo se cerró. Notó un estruendo, un último relámpago que iluminó su vida. Lo vio claro. Un coche frenó en seco, oyó unos pasos acercarse corriendo, inseguros.

- Señorita, ¿se encuentra bien, que hace ahí?, déjeme ayudarla.

Por fin lo vio claro.

- Si yo te he creado, yo puedo destruirte.
- Señorita qué dice, deme la mano. Salga de ahí, dios mío, qué está haciendo. Espere, agárrese fuerte y déjeme que le ayude.

Cerró los ojos, sintió la tentación de alargar la mano, pero notó los fríos dedos pegados al metal, el rojo de sus uñas arañando la garganta helada bajó sus pies. Notó la voz de aquel hombre retumbar en su mente “Señorita, déjeme ayudarle”. 

No oyó ninguna otra voz.

Al fin lo había logrado. Aflojó las manos, separó los dedos y simplemente, se impulsó.



 Somos nuestros propios miedos, y eso no nos deja ver más allá.

"Aprendí con las primaveras a dejarme podar para poder volver entera"




Dicen que tenemos mil caras, mil percepciones de un mismo nada, mil ideas que brotan de nuestro estómago y se atascan en el cardias. Mil ideas que no saben estar sentaditas en fila en el sofá del salón de la vida. Mil gustos y mil colores vistos a través de mil lentes de culturas y experiencias, vistos a través de prismas de deseos y  de incompatibilidades.




Yo recuerdo aquel momento en el que abrí  por primera vez la jaula y las hice libres. Salieron todas las ideas de mi mente locas por intentar atropellar todos y cada uno de mis sentidos. 

Ahora sólo quiero enseñárselas al mundo, y voy a hacer lo mismo contigo.

Referéndum de un yo satisfecho con el convencionalismo.


Proclamo a los 4 vientos que no son más que las ganas que tengo de irme a dormir las que hacen que me vea forzada a enchufar mi vida a un cable y comunicarle al mundo escrito la necesidad que tengo de expresar una idea que me viene persiguiendo por las calles haciendo como que no la veo detrás de un periódico arrugado y mal leído que esconde la curiosidad, y el polvo, que levanto al pasar frente a unos cuantos.

Así pues he decidido montar una especie de estudio antropológico, que no tiene nada de lógico y todo de antro, así como de estúpido, en el que valoro cuanta mierda procedente de mi inquietante picor de ideas es capaz de soportar la curiosidad humana, intentando concluir por adelantado que será bastante el tiempo que te pases merodeando por aquí.

Que por qué lo creo  o que por qué creo que malgastarás tu tiempo valorando la finalidad de mi estudio, pues respuesta fácil y evidente, porque tienes demasiadas cosas que hacer y probablemente la idea infructuosa del éxito te dé tanto miedo como la que me da a mí el saber que podrías vivir sin la paranoia que voy a contarte.

Así pues, repito, y con la idea en mente de una inversión a largo plazo, me invento todos los días mentiras y cuentos para entretenerte y poder calcular cuándo podrás llegar a cansarte o cuanta porquería estarás dispuesto a tragar con tal de no centrarte en inventar tus propias mentiras y  deglutir sin masticar ni salivar las inventadas por otros, en este caso “c'est moi”, porque así es todo más fácil, más rápido, menos divertido pero oye, gastas menos tiempo en inventarte una vida mejor para ti. Ya te la invento yo y tú la decoras al gusto.

Pongamos, entonces, que te pasas por aquí una media de media vez al día, porque puede que aun te resistas a creerte lo que te dice un extraño. Pero esperas a que alguien te cuente o te comente que ha encontrado un estudio ridículo en el que tiene pensado participar tan solo… pues por pura curiosidad. Una vez más yo gano.

Después de esta influencia tan nefastamente positiva  (algo incoercible pero que a ti pues como que te viene dando igual) te paseas por aquí una y quizás dos veces más al día, dependiendo de lo ocupada que tengas la tarde, hasta que mi estupidez infinita te enganche y llegue un momento en el que no  puedas dejar de leer a pesar de que palabra a palabra vayas pensando pero qué mierda me está contando esta tía, como ahora. Otra vez, yo gano.

Y das por sentado que soy una tía porque hay que tener mucha imaginación y muy mala fe para “crear” algo así, pero en el fondo te da igual, es una especie de pacto “sui géneris” en el que si me gusta, me da igual de donde venga.

Y si te das cuenta llevas hasta ahora 1125 palabras vacías de todo sentido, dando una aplastante credibilidad a mi estudio, con el que corroboro mi “idea alfa” de acuerdo con la cual tu pérdida de tiempo es proporcional a toda mi mierda de imaginación. Bien, es innegable que te has caído y te has dado de bruces contra tu falta de autocontrol, ahora imagina este estudio a gran escala, imagina una mierda de idea como la mía,  un par de cables más que el mío, y un par de antenas con proyección a largo alcance. Más mierda, más y para todos.   

Imagina una cara y  unos labios que leen mentiras al mundo, como te has imaginado los míos, y que inventan vidas y estudios de alto grado como el que me he inventado yo, imagina que piensan por ti y que llega un momento en el que no puedes parar, ya no de leer porque te supone un esfuerzo aun mayor, sino de escuchar, porque es tan insólito lo que te están contando y estás tan subliminalmente acostumbrado a ello que ya ni siquiera tu filtro de realidad es capaz de discernir si vives en el mundo de Disney o en el mundo real. 

Imagina el estrés que recorre tu cuerpo y la oleada de pánico pre-crisis personal al pensar en cómo es posible que tú hayas podido caer en semejante estupidez como ésta. Piensa en la manera tan absurda con la que  pierdes el tiempo y saturas tu cuerpo de impresiones negativas hasta el punto de colapsarlo con la única idea a modo de salida como la siguiente: cambiar de canal.

Está claro que tengo que pulir la idea y aun más mis modales… pero, ¿entiendes ahora por qué no enchufo nunca mi televisión?

Sé crítico.


Descansa


Puedes tumbarte, pero si relajas tu cuerpo encima de mi cuerpo debería aguantar tu peso durante cierto tiempo para dejarte descansar… entonces yo me cansaría de tu relax y necesitaría descansar de ti. Pero precisaría de algún otro soporte en el que yo pudiera relajarme hasta que dicho soporte se cansase de mi descanso y necesitase de otro soporte más para relajarse, pero este último apoyo no podría soportar todos los descansos ajenos …
Es lo que se conoce como “Relax no-soportado” que conforma la teoría del descanso infinito frustrado…

Se podría decir que la vida es una u otra dependiendo de con quién decidas vivirla





El metabolismo  no es otra cosa que la enorme serie de cambios que sufren las moléculas para convertirse unas en otras y en otras y en unas, de manera complicada, al parecer interminable y que, desde luego, estamos muy lejos de conocer en su totalidad. Son tantas las sustancias que componen a un organismo que una gran proporción de ellas se desconoce, como sucede aun en el caso de los organismos unicelulares. Pero a pesar de que el proceso total es tan complicado, es posible definir algunos de sus componentes, y aun quienes no tenemos un conocimiento profundo de la bioquímica y la fisiología podemos tener una idea aproximada de cómo es y para qué sirve.

El metabolismo celular puede considerarse como una serie de caminos de ida y vuelta, formados por una gran cantidad de moléculas que se transforman constantemente. Estos caminos reciben a las que llegan al organismo o a la célula del exterior, pero además tienen sus propias moléculas.

Otra característica del metabolismo es que cada una de sus transformaciones está movida casi invariablemente por una enzima diferente. Las enzimas son proteínas, las moléculas más complicadas de la célula, que se encargan de catalizar (es decir, de acelerar) las reacciones individuales del metabolismo. Aunque las reacciones químicas de muchos pasos metabólicos pueden ocurrir en forma espontánea, prácticamente todas ellas transcurrirían con una enorme lentitud si no existieran las enzimas. Éstas aceleran mucho (habitualmente mucho más de un millón de veces) las reacciones individuales del metabolismo. Casi cada reacción requiere de una enzima diferente para moverse con suficiente velocidad.  
Pero así como las enzimas son capaces de acelerar las reacciones químicas de los seres vivos, muchas pueden ser reguladas por muy diversas sustancias. Muchas ocasiones son las responsables de que, en un paso del metabolismo, toda una vía se mueva con mayor o menor velocidad.

Se podría decir que por cada reaccion metabólica hay una enzima diferente…
Se podría decir que la vida es una u otra dependiendo de con quién decidas vivirla.

http://www.youtube.com/watch?v=irm6E_UbaZA&feature=channel

Es como jugar al Póker con el Diablo de Tahúr. A la larga siempre pierdes.





Amaneció tumbada boca arriba, con dolor en el cuerpo, los ojos abiertos y sus deseos colgando del ventilador. Amaneció tumbada en un colchón, con un cigarro en la mano quemando el hueco que él dejo al irse.

Se preguntó si había valido la pena. Si al intentar ponerse de pie le haría  feliz notar como flaqueaban sus rodillas. Se palpó las costillas, seguían ahí, teñidas de morado y de whisky a altas horas de la madrugada.

La boca seca, con sabor a lúgubre. Pensó dónde creía estar. Le daba igual saber cómo  había llegado y no le importaba no saber cómo volver. Pensó que algo la sacaría de ahí, tarde o temprano, el hambre que hacía meses no sentía o la mirada de desprecio del ama de llaves del motel.

Olió las sábanas y la mezcla le hubiera hecho vomitar si no fuera capaz de dejarse llevar hasta el recuerdo que le provocaba esa situación.

Pensó “una vez más… no me voy a poner exquisita a estas altura, las damas lo son porque saben cuando asumir sus verdades y ocultar sus mentiras”

Esperó un rato más, hasta que la ceniza se mezclara con su piel. Esperó a nada.

Buscó en el recuerdo de su estómago algún indicio que le recordara cuánto tiempo hacía que no estaba viva, pero no supo calcularlo… Decidió levantarse, no hubiera pasado nada si se hubiera dejado abandonar en ese momento pero recordó lo único que sabía recordar desde que era niña “ya has sido usada, ahora no quieras ser dominada”.

Se incorporó sobre el borde de la cama. Su espalda le recordó que ya no tenía fuerzas para seguir tratándose así pero ella hizo lo que hacía siempre, hacer caso omiso de la conciencia de su cuerpo.

Su figura se confundía con el verde papel de las paredes. Pensó que si no fuera por el pelo que caía sobre sus hombros podría pasar perfectamente por un mueble más de la decoración. Miró a su alrededor. No vio vida, no vio su reflejo al mirar al espejo del techo de la habitación. Tampoco se sorprendió. Si ella no se notaba viva, tampoco su reflejo intentaría recordárselo.

Notó el dolor de las noches amargas al intentar levantarse. Le crujieron los deseos de una infancia que vivió demasiado rápido y dejó que sus huesos se acomodaran al dolor.

Enredó sus pasos entre su ropa, pensando si encontraría la de él, algo que le hiciera saber con certeza que estaba allí y que no era un engaño más de su imaginación. Buscó la puerta con la mirada y la encontró cerrada. Fue hacia la ventana y corrió las cortinas, prefería esconder la vergüenza que se despertaba con ella por las mañanas de los ojos del mundo.

Encaminó su amargor hasta el baño y abrió el grifo del la ducha.

Apoyó las manos sobre el lavabo y levantó la cabeza. Se vio, vio el rostro desfigurado de quien se ve sometido a hacer algo que no desea pero que no puede evitar. Vio lo que se ve en los ojos de esa gente que sabe que no va a salir de dónde está porque no sabe cómo ni sabe por qué.

Rehuyó su reflejo. Estiró el brazo y apagó la luz. Prefería la sombra. La sombra y la calma que le proporcionaba el huir de la desaprobación de su mirada.

Se metió en la ducha. El agua abrasaba su piel y pensó que quizás eso era lo que se sentía cuando uno estaba condenado por haber tenido la osadía de probar el pecado de la carne. Pensó que no volvería a hacerlo, que no valía la pena. Enjabonó su piel con el deseo de una vida mejor. Al darse cuenta se dejó deshacer bajo el chorro de la ducha.

Los recuerdos empezaron a atascar las tuberías. Apoyó las manos contra los baldosines y vomitó. Dejo que el vómito y la sangre se mezclaran con el agua manchando sus pies.
Pensó “y si él tiene razón, en cuanto toco algo puro lo mancho de mi”. Dejó correr el agua y salió del baño.

Se apoyó contra el marco de la puerta mientras se encendía un cigarrillo, el agua de sus dedos lo doblaba así que pensó que era mejor inundar rápidamente sus pulmones antes de que su cuerpo  le pidiera abstinencia.

Miró la cama, se preguntó si lo que había experimentado horas antes era lo que los demás llamaban felicidad. Se preguntó si el dolor que sentía en la piel era por el roce de las sábanas o porque era incapaz de aceptarse a sí misma. Pensó “cómo puede ser que esté aquí otra vez, cómo puede ser que repita este ritual de calvario  todos los días y no haya muerto aun. Cómo puede ser que mi mente odie tanto a mi cuerpo como para dejar que la frustración de otro esclavice mis deseos”

Se juró no volver a hacerlo. Apagó el cigarrillo en la piel de sus muslos y comprobó que no había nada que la hiciera despertar. Se sonrió a sí misma, esa sonrisa burlona de cuando sabe que está intentando mentirse pero en el fondo sólo disfraza la verdad. Esa sonrisa que utiliza para embaucar los sueños de otros mientras piensa “pobre ingenuo, vas a quemarte en el Infierno, aléjate de mi antes de que te hagas daño”

Arrastró los pies sobre la alfombra y se dejó caer sobre la cama. El agua de su pelo y las gotas de su piel empaparon las sábanas. Pensó que eso era lo que mejor sabía hacer. Llenar de ella los sentimientos de los demás. Pensó en él, pensó si él estaría pensando en ella y se odió por ello.

Ya no recordaba cómo ni cuándo había dejado que esa situación la arrastrara hasta allí. Ya no recordaba cuándo el amor que una vez sintió por él se había convertido en odio. Ya no recordaba en qué momento su mente aceptó que era la aversión que él le provocaba lo que hacía que no pudiera escapar de sus mentiras.

Sintió la turbidez del aire pegándose a su piel e infiltrar sus poros, y se dio asco. Se dio asco por no saber elegirse. Se dio asco por no saber controlar el placer que le provocaba el daño que su mente inventaba cuando imaginaba un mundo ideal a su lado. Se dio asco por ser realista y aun así dejar que su obsesión arruinara su vida, su mierda de vida con él. Se dio asco por depender de los caprichos de un hijo de puta que quería quererla y no sabía cómo y decidió darse por vencido. Se dio asco, se dio tanto asco a sí misma que intentó llorar. Pero no era una cría, sabía que eso ya no servía, ya no conseguía lo que quería entornando los ojos y dejando rodar mentiras sobre sus mejillas. Sonrió hacia dentro. Giró el cuello, inclinó la cabeza y miró hacia la puerta. Susurró muy bajito: “aparece”. El mundo seguía quieto a su alrededor. “Aparece”, “aparece joder, aparece”. Gritó: “abre la puerta, aparece y quiéreme”.

Oyó ruido fuera y se asustó, se incorporó,  notó la velocidad de su corazón, la sangre palpitar en su frente  y el aliento de la vergüenza en su nuca. Se calmó enseguida, antes de lo que hubiera imaginado, quizás porque ya era consciente de que era ella quien inventaba los ruidos que quería oír. Pensó “no hay mayor putada que ser consciente de tu desilusión”.

Pensó en las pastillas que utilizaba para hacerle creer al cuerpo que aun sabía dormir. Alargó el brazo y buscó el bote dentro del bolso de una manera tan  impaciente como automática.
Abrió el bote y dejó caer las pastillas sobre su lengua, ya no sabía contar y había aprendido a tragárselas sin cuestionárselo. Se acomodó sobre el colchón, pasó su lengua por sus labios y pensó “mañana será otro día. Otro día igual”


I know that spitting is a bad habit, but i can't help the taste...

I know that spitting is a bad habit, but i can't help the taste...

Que yo soy de leer cosas raras, y de escribir cosas aun peores...


Tú dices... yo imagino

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